Los nuevos reyes no llevan corona: símbolos, algoritmos y la coreografía del poder.
Una reflexión sobre poder simbólico, monarquías ceremoniales y figuras que, sin gobernar, nos gobiernan.
El cuento de hadas como política de Estado
Me gusta la moda. Soy fanática de los fascinators, el protocolo, y absolutamente todos los looks de Catherine, la Princesa de Gales. Lloré cuando murió la Reina Isabel II. Pero también sé que esto es una gran telenovela, orquestada para que no dejemos de mirar.
La reina murió y no pasaron ni veinticuatro horas antes de que William y Kate fueran nombrados Príncipes de Gales. La continuidad es parte del encantamiento. En la monarquía británica, el protocolo es la narrativa. Como si el duelo fuera solo un interludio entre capítulos de una serie muy bien guionada.
Cuando Meghan y Harry se alejan, no abandonan el juego: cambian de escenario. Del castillo al streaming. Pero el mito sigue ahí. Porque sin castillo, no hay fuga.
Pasan del protocolo real a la performance del yo. Sus documentales son intentos por reescribir el cuento desde dentro. Sin símbolo, no hay relato.
Y mientras ellos narran su historia, la monarquía responde con su único libreto: never complain, never explain. El que habla, pierde. El que calla, brilla.
En lugar de decir si soy team Meghan o team Kate, me pregunto: Si tenía voz, llegada, una historia… ¿por qué termina haciendo un tutorial de globos?Encarna el mismo estereotipo que declaró públicamente que la lastimó.
¿No es acaso más provocador dejar la monarquía y convertirse en símbolo de algo nuevo, en vez de querer seguir gustando, encajar, agradar? Y en este caso, como ama de casa perfecta: cocina con flores, infla globos sin arrugarse la cara y cuida abejas con el mismo peinado que en su boda. Mientras, del otro lado del océano, sus rivales impulsan causas concretas: desarrollo infantil, salud mental, conciencia ambiental. ¿Y si la obsolescencia no está en la institución, sino en la imitación?
Las nuevas coronas son un tic de verificación
¿Y si lo más inquietante es que no necesitamos monarquías para seguir creyendo en ellas?
Los CEOs de Silicon Valley, las gurúes del bienestar, las influencers del orden, la productividad, o la maternidad… se construyen nuevos símbolos. No gobiernan países, pero sí nuestras aspiraciones. Los seguimos porque “algo saben”, porque “tienen la fórmula”, porque “viven como queremos vivir”.
Todas las mañanas nos saludan, nos muestran su rutina de skincare, nos enseñan a doblar toallas o a agradecer antes de desayunar. Mueven el brazo desde su balcón imaginario.
Nos indignamos cuando un deportista o una modelo promociona un casino online. Se viralizó un video de una influencer llorando de felicidad porque, con su código de la casa de apuestas que promociona, mucha gente le dijo que ganó y pudo llenar la heladera. La maldad disimulada detrás de una sonrisa, una lágrima y un canje.
Me veo a mí misma usando horas en Instagram, viendo videos que me hacen reír, consejos para limpiar la casa, listas que nunca vuelvo a consultar. Y sobre todo, perdiendo mi tiempo.
Mi bien más preciado.
Las casas reales tenían castillos. Estas tienen headquarters. Tenían rituales. Estas tienen morning routines. Tenían súbditos. Estas tienen followers.
¿Por qué deseamos símbolos que solo nos devuelven una imagen vacía de perfección?
Más allá del trono: el aura como economía emocional
Francia, Austria, muchas repúblicas modernas prescinden de reyes. El turismo sigue llegando, los relatos siguen vendiéndose. Pero, ¿realmente han dejado atrás las estructuras de poder simbólico?
Francia, por ejemplo, no tiene Commonwealth ni colonias, pero mantiene una influencia económica significativa en África a través del franco CFA, una moneda creada en 1945 que aún utilizan 14 países africanos. Este sistema perpetúa la dependencia económica y limita la soberanía monetaria de estas naciones. Paris es la ciudad más visitada del mundo. Un ícono de poder simbólico colonial maquillado.
La pregunta ya no es si necesitamos monarquías, sino si sabemos vivir sin símbolos que encarnen algo que creemos no tener. Porque incluso cuando se desmantelan las coronas, el aura permanece. París no necesita reyes: tiene avenidas imperiales, fuentes iluminadas y brillantes, perfumes que prometen elegancia y eternidad. No hay trono, pero hay relato. Y eso basta.
Y sin embargo, seguimos caminando los castillos.
Hablamos de reinas, de castillos, de influencers y de apps. Pero al final, la pregunta también es para nosotros: ¿Por qué nos resulta más fácil mirar hacia donde nos señalan que hacia adentro?
Voy a seguir yendo a Londres, y quizás termine recorriendo cada rincón de Escocia. En Francia, además de París, no me perdería Estrasburgo, Bretaña, los pueblos del país real.
No se trata de rechazar los símbolos, sino de aprender a mirarlos distinto.
Sole, que interesante y reflexivo es el desarrollo que planteas en tu texto. La realeza existe porque es un negocio, y que así sea lo dicen abiertamente los británicos cuando se les plantea este tema. Sin embargo, realeza o no, hay detrás también toda una historia de opresión y sometimiento, fundamentalmente en lo económico que marca la persistencia de este desbalance histórico que transforma a nuestro mundo en un escenario a mi criterio bastante hostil y se renueva con figuras de Ceos que manejan las vidas de millones. Ser followers o subditos, entregar nuestro bien más preciado, nuestro tiempo, cumplir con mandatos impuestos para el enriquecimiento de unos pocos y el sometimiento de muchos. Cuanto tenemos que pensar, ya que si dejamos de pensar, reflexionar, cuestionarnos y seguimos el modelo, o más bien molde que nos venden, cuantas menos posibilidades tenemos de realizarnos como seres humanos y como sociedad global. Gracias nuevamente por aportar ese bien valioso de tu tiempo para que así podamos seguir ejercitando el pensamiento.