🐾 Perros. Compañeros, espejos y testigos.
Porque la literatura, el cine, el arte y la historia están llenos de ellos. Y porque cada perro, incluso el más anónimo, lleva un relato que merecía contarse.
Cada vez que Jasón hace algo distinto me pongo a indagar, a intentar descifrar su lenguaje corporal. A conectar con él. Pienso tanto. Aprendo cosas nuevas. Y, sin embargo, nunca les dediqué una edición. Hoy, toca hablar de ellos. Los de cuatro patas. Los que saben todo de nosotros, incluso cuando no decimos nada.
Te invito a que leas esta edición con tu peludo cerca. ¿No tenés o nunca tuviste? Quizás aprendas un poco hoy. ¿Tenías y lo extrañás? Aprovechá para volver ahí, a ese recuerdo. Y también a la raíz de un lazo tan único. Y quizás, cuando termines de leer, te descubras buscándolos.
Qué estoy leyendo: Flush, de Virginia Woolf
Flush (1933) es la biografía ficcionalizada del perro de Elizabeth Barrett Browning, escrita por Virginia Woolf. A través de sus ojos, Woolf retrata el mundo doméstico, social y emocional del Londres y la Florencia del siglo XIX.
Escrito en esa encrucijada entre la biografía, la ficción y el ensayo, este libro se basa en las cartas de la poetisa victoriana Elizabeth Barrett Browning y en la vida de su perro Flush, un cocker spaniel.
Flush camina por Florencia con el orgullo de un dandy inglés. Yo lo seguí, con Virginia como brújula.
Lo primero que me llamó la atención es que, sin ser etóloga o veterinaria, la pluma de Woolf te hace sentir en el hocico de Flush: todo lo que descubre, que lo guía, que lo emociona, viene por su nariz. La forma en que lo narra y los recursos con los que construye su voz hacen que no solo leas una ficción: también aprendas sobre los perros. Flush ve y huele el mundo, pero no puede interpretarlo todo. Y esa ambigüedad es lo que le da al libro su textura más rica: lo que no se dice, lo que apenas se intuye.
No pude evitar emocionarme al notar que Flush elige el amor de su dueña —tutora, como dirían los profesionales; madre, como decimos los millennials— a correr libre por los prados ingleses. Se domestica por amor. Porque Woolf, sin subrayarlo, deja ver esa tensión tan universal: el amor que cobija y que, a la vez, encierra. El sillón como símbolo ambiguo: lugar de ternura… y de quietud.
Amar es también elegir qué tipo de jaula aceptar.
Flush lo sabía.
Y en nuestros gustos, sentí una conexión. Woolf contrapone una Inglaterra fría, rígida y cerrada, con un mundo italiano más luminoso y libre. Un espejo de lo que vive su tutora: Barrett Browning es una mujer confinada, vigilada, que en Italia se enamora, se emancipa, se mezcla con el mundo. Lo mismo le pasa a Flush: la libertad de los perros mestizos, la calle, el sol, el desorden. Una metáfora del deseo de desclasarse, de deshacerse del corset social. Como nos relata en las primeras hojas, el linaje animal está cargado de pretensiones absurdas. En Italia, todo eso se diluye. No es que no haya clase, pero hay otro modo de pertenecer: más salvaje, más libre, más por lazos afectivos que por sangre.
Quizás por eso me conmueve tanto Italia: porque, como Flush, también intuí ahí una forma más libre de habitar el mundo.
Un libro para quienes aman los perros, la literatura y los gestos íntimos de emancipación.
Qué estoy viendo: En la mente de un perro
Viento frío, escarcha, nieve. Se escucha el crujir de las ramas que se van sumando al fuego. Ese calor mantiene unido al grupo de humanos. Mirando desde lejos, pero cada vez un poco menos, un lobo se acerca. Pasan semanas, días, meses, y él va acercándose cada vez más. Acortando la distancia. Hasta que un día, lo aceptan como parte del círculo del fuego. El lobo elige ser amable, útil, evita confrontar. Así nace la historia de nuestros perros.
A pesar de compartir casi todo su código genético con los lobos, los perros no solo domesticaron su instinto, sino que desarrollaron una habilidad única: entendernos mejor que nadie.
El documental muestra cómo los perros evolucionaron para convivir con nosotros: no solo para ser útiles, sino para hacernos sentir bien. Y claro, habla también del olfato: lo que significa para un perro “ver” el mundo a través del olfato. Un perro percibe los olores como nosotros percibimos el color o el movimiento: es su forma de ver. Su memoria, y su capacidad de detectar enfermedades, emociones y estrés, son parte de esa sensibilidad extraordinaria.
¿Cómo será vivir en un mundo donde los olores son el centro y la guía de todo?
Sobrevivieron no por la fuerza, sino por la ternura. No por imponerse, sino por acompañar.
Los perros eligieron la compañía humana como estrategia de supervivencia.
¿Y nosotros? ¿Los elegimos solo por utilidad o porque en su lealtad encontramos algo que nos falta?
¿Qué nos enseñan sobre el poder de los lazos afectivos, la confianza y el lenguaje sin palabras?
Les adelanto algo muy lindo: ellos también nos quieren.
Disponible en Netflix.
¿Dónde estoy? Entre fogones y miradas salvajes
La última escapada del verano fue a Córdoba. Me reencontré con amigas en charlas con un Cabernet local en mano. Y, como tantas veces, el fuego volvió a ser punto de reunión.
Mientras reíamos alrededor del asador en la casa que elegimos compartir en las sierras del Valle de Calamuchita, notamos que no estábamos solos. Un zorro nos miraba desde el jardín. Como aquel lobo que eligió acercarse al fuego, este zorro venía a buscar su premio.
Y ahí recordé febrero, cuando terminamos nuestra travesía en el Tronador, y descansamos los pies. Esperábamos el barco que nos llevaría por el agua esmeralda del Lago Frías a Puerto Blest, cuando apareció un zorro. Los que llegaron a calzarse, lo siguieron desde lejos. Le sacaron una foto. Era huidizo, desconfiado.
Cuántas diferencias hay entre ese zorrito cordobés, acostumbrado a los restos de comida humana, y el zorro patagónico, que crece en un ambiente protegido, donde se limita la interacción y la domesticación.
La fascinación que despiertan los animales domesticados, o semi-domesticados, no es nueva. Nos atrae esa frontera ambigua: el animal que elige quedarse, que acepta las reglas humanas a cambio de calor o comida, pero conserva algo indómito en la mirada.
¿Somos capaces de admirar la naturaleza sin sentir que la poseemos? No llevarnos esa piedra del bosque petrificado, dejar de recolectar caracoles en la costa, o darle pan a las gaviotas mientras navegamos. ¿Podemos observar la naturaleza tal como es?
Como Flush, que eligió quedarse.
Como el zorro que merodea el quincho, ni salvaje ni doméstico.
Como esos perros que habitan los márgenes: entre la ruina y la compañía.
Los perros turísticos
En Suiza, el Boyero de Berna: nobleza, nieve y orden.
En el Polo o en Ushuaia, el Husky siberiano: un trineo emocional con ojos celestes.
En el Piemonte, el perro trufero: nos da ternura, y nos regala el premio más sabroso.
Y en Bariloche, el San Bernardo, lindo, tierno, pero una especie de souvenir vivo.
Tal vez sea hora de repensar esas postales.
El ojo atento: Motosierra sin árbol
Cuando el gobierno anuncia que va a liberar algo, conviene preguntarse: ¿liberarlo de qué? ¿Y para quién?
Desde que el Gobierno argentino hizo pública su intención de desregular la industria turística en los parques nacionales, el descontento no tardó en hacerse oír.
Quizás esas regulaciones no estaban ahí solo para limitar fines comerciales. Fueron pensadas para mitigar impactos ambientales, para que al visitar los parques dejáramos la menor huella posible. Para que un Estado presente cuidara nuestro patrimonio natural y cultural.
Lo que se presenta como liberación comercial es, en realidad, una visión incompatible con los principios mismos de un área protegida.
A esos territorios que tanto nos cuidan cuando lo necesitamos, que tanto nos dan, tenemos que protegerlos.
No es casual que sigamos proyectando libertad en los territorios salvajes.
Vamos hacia ellos cuando necesitamos calma, sentido, pertenencia.
Y tampoco es casual que usemos animales para narrar ese deseo.
Tampoco es casual que idealicemos ciertos territorios.
Flush pasea por una Florencia luminosa, aún no parte de una Italia unificada.
Y sin embargo, Woolf lo escribe en los años ’30, mientras Mussolini endurece el control sobre el país.
Eligió no narrar la dictadura. Eligió otra Italia.
La suya no es una postal ingenua, sino una estrategia: la de usar el relato como deseo. Como espejismo necesario.
En tiempos donde los discursos sobre la naturaleza, la propiedad y la libertad se tensan de nuevo —desde un sillón o desde un decreto—, vale la pena prestar atención a qué decisiones se están tomando sobre nosotros, y sobre nuestro planeta.
Como los perros.
Como los lobos.
El cuidado como forma de supervivencia.
Nos vemos el mes que viene.
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Me encantan tus reflexiones, Sole y las comparto totalmente. No conocía Flush, lo buscaré seguramente, lo mismo que la serie, me interesa entender como se percibe el mundo desde el agudo sentido de un perro. Gracias, como siempre!
Que lindo es leerte Sole, y reflexionar con tus palabras. Compartí años de mi vida con diferentes pequeños grandes amigos caninos. En algún momento dejé de hacerlo, hasta que por esas cosas del destino Moro apareció en mi vida, y todo cambió. Son seres especiales que realmente nos hacen mejores. En cuanto a tu reflexión sobre el cuidado de nuestros parques nacionales, vengo de visitarlos, y coincido en que es realmente imposible preservar tan valioso tesoro sin la presencia del Estado cuidando y ayudando a que ese paraíso no se dañe aún más. Gracias por tu caricia al alma. Abrazo